sábado, 17 de marzo de 2012

La Dama de Las Camelias


Durante el Romanticismo han sido creadas muchas obras y me gustaría compartir una de ellas con ustedes, lectores de este blog.

Alejandro Dumas (24-07-1802 Francia.)

1ª Parte:

   A mi juicio, no se pueden crear personajes sino después de haber estudiado mucho a los hombres, como no se puede hablar una lengua sino a condición de haberla aprendido seriamente.
Como no he llegado aún a la edad de inventar, me limito a relatar.
Exhorto, pues, al lector a que se convenza de la realidad de esta historia, cuyos personajes, a excepción de la heroína, viven todos aún.
Por otra parte, hay en París .testigos de la mayor parte de los hechos que aquí recojo, y que podrían confirmarlos, si mi testimonio no bastara. Por una circunstancia particular sólo yo podía escribirlos, porque sólo yo fui el confidente de los últimos detalles, sin los cuales hubiera sido imposible hacer un relato interesante y completo.
   Pues bien, veamos cómo llegaron a mi conocimiento esos detalles.
   El 12 de marzo de 1847 leí la calle Lafitte un gran cartel amarillo en que se anunciaba la subas de unos muebles y otros curiosos objetos de valor. Dicha subas tenía lugar tras una defunción. El cartel no ponía el nombré de la persona muerta, pero la subasta iba a llevarse a cabo en la calle de Antin, número 9, el día 16, de doce a cinco de la tarde.
   El cartel indicaba además que el 13 y el 14 se podía ir a ver el piso y los muebles.
Siempre he sido aficionado a las curiosidades. Me prometí no perderme aquella ocasión, si no de comprar, por lo menos de ver.
   Al día siguiente me dirigí a la calle de Antin, número 9. Era temprano y, sin embargo, ya había gente en el piso: hombres e incluso mujeres, que, aunque vestidas de terciopelo, envueltas en cachemiras y con elegantes cupés esperándolas a la puerta, miraban con asombro y hasta con admiración el lujo que se ostentaba ante sus ojos.
   Más tarde comprendí aquella admiración y aquel asombro, pues, al ponerme a observar yo también, advertí sin dificultad que estaba en la casa de una entretenida . Y si hay algo que las mujeres de mundo desean ver ––y allí había mujeres de mundo-- es el interior de las casas de esas mujeres, cuyos carruajes salpican .los suyos a diario; que tienen, como ellas y a su lado, un palco en la Opera y en los Italianos, y que ostentan en París la insolente opulencia de su belleza, de sus joyas y de sus escándalos.
   Aquella en cuya casa me encontraba había muerto: las mujeres más virtuosas podían, pues, penetrar hasta en su dormitorio. La muerte había purificado el aire de aquella espléndida cloaca, y además siempre tenían la excusa, si la hubieran necesitado, de que iban a una subasta sin saber a casa de quién iban. Habían leído los carteles, querían ver lo que los carteles prometían y elegir por anticipado: nada más sencillo. Lo que no les impedía buscar, en medio de todas aquellas maravillas, las huellas de su vida de cortesana, de la que sin duda les habían referido tan extraños relatos.
   Por desgracia los misterios habían muerto con la diosa y, pese a toda su buena voluntad, aquellas damas no lograron sorprender más que lo que estaba en venta después del fallecimiento, y nada de lo que se vendía en vida de la inquilina.

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